Ciencia ciudadana
Si hoy en día pensamos en el lugar donde se hace investigación, probablemente nos venga a la mente un laboratorio lleno de instrumentos muy sofisticados. Pensaremos en gente usando batas blancas y quizás anteojos de seguridad. El último la actividad científica se profesionalizó como nunca antes, a la par de muchas otras profesiones. Gradualmente la ciencia se alejó del público, se recluyó en campuses cada vez más alejados de centros urbanos. Esta falta de contacto entre ciencia y sociedad se está revirtiendo gracias a proyectos de ciencia ciudadana. Proyectos que intentan devolver el contacto con la naturaleza, la curiosidad y la motivación para el avance científico al lugar del que originó: la naturaleza a la que cada persona tiene acceso, desde desde el cielo o un parque público hasta las bacterias en la cocina.
La necesidad de acercar la ciencia a la gente que la financia creció a medida que se requerían más fondos del erario público para poder seguir progresando. La revista Science, por ejemplo, es una de las más prestigiosas del mundo pero su principal audiencia son personas en posiciones de poder, no sólo otros científicos. El organismo detrás de la publicación, la AAAS, organiza actividades para darle forma a las políticas públicas que involucran a la ciencia de Estados Unidos. La divulgación científica tiene por lo menos dos aristas diferentes: por un lado se trata de educar a la mayor cantidad de gente posible en los temas de actualidad científica. Por el otro, se trata de visibilizar el trabajo que se hace, muchas veces encerrado en un cuarto oscuro del octavo piso de un edificio a las afueras de una ciudad secundaria, para que la sociedad entienda y juzgue el valor que determinados proyectos pueden aportar.
Ambos tipos de divulgación suceden de arriba hacia abajo. Gente altamente especializada le dedica tiempo a transformar el conocimiento generado en contenido que puede ser consumido por diferentes personas. La divulgación como educación, como sucede en tantos canales de televisión o en internet, quizás dispara vocaciones científicas, quizás nos permite entender un poco más la realidad que nos rodea. Este tipo de divulgación siempre está en manos de científicos activos o retirados que intentan explicar resultados de maneras más amenas. Por el otro lado, para visibilizar el trabajo científico muchas veces se usan plataformas existentes, como las academias de ciencia, o los premios nacionales a internacionales que se otorgan cada año. Las universidades organizan seminarios con oradores invitados, o las revistas científicas publican números con temas especiales.
De cualquier manera siempre se trata de un proceso de derrame. Alguien que está más arriba en la torre de marfil académica comparte conocimiento hacia abajo. No es muy diferente de lo que sucede en un aula de escuela, donde el conocimiento fluye del docente al alumno. Este patrón es el que está cambiando gracias a una participación cada vez más activa de gente de diversos perfiles en la recolección y análisis de datos, en la discusión, en la propuesta de soluciones. En otras palabras, en toda la actividad científica. Que más y más personas se puedan involucrar no es casual; se debe en gran medida a la inclusión de nuevas tecnologías que facilitan la creación de comunidades[@phillips2019Engagement in science through citizen science: Moving beyond data collection] y el intercambio de datos e información. También se debe a un interés cada vez más global de generar democracias más participativas, con ciudadanos más informados[@burns2021From intent to implementation: Factors affecting public involvement in life science research].
La astronomía es la campeona de las disciplinas con grandes números de aficionados. Mirar al cielo e interrogarlo parece transversal a toda la humanidad. Los incas construyeron grandes monumentos orientados con la salida y puesta del Sol en momentos clave del calendario para la agricultura[@j.mckimmalville2010]. Los Mayas desarrollaron un estilo arquitectónico propio en base al movimiento de los astros[@sprajc2021Astronomical aspects of Group E-type complexes and implications for understanding ancient Maya architecture and urban planning]. Es difícil saber cuándo comenzó la fascinación por el cielo[@thomas2021The mustatils: cult and monumentality in Neolithic north-western Arabia], pero tarde o temprano casi todas las civilizaciones aprendieron a discernir patrones, a nombrar grupos de estrellas, a usar el conocimiento generado anteriormente para predecir cuándo sembrar, cuándo habrá más animales para cazar o cuándo los vientos soplarán en la dirección necesaria.
Víctor Buso es un argentino aficionado a la astronomía. Radio Ambulante contó su historia de manera impecable, aunque el New York Times también publicó un perfil decente. Hace unos años, mirando por su telescopio pudo observar cómo una estrella se transformaba en supernova. La mayor dificultad es estar mirando el cielo justo en el momento en el que comienza a suceder. Víctor no sólo tuvo la fortuna de estar mirando en la dirección correcta, sino que además tuvo la capacidad de discernir lo que estaba sucediendo, se contactó con centros de astronomía y sus resultados fueron publicados en Nature[@bersten2018A surge of light at the birth of a supernova]. Es uno de los casos más poéticos, creo, de una persona que está observando la naturaleza desde su casa simplemente porque le fascina y porque puede, que hace una contribución en un campo donde el elitismo y los celos profesionales son rampantes.
El caso de Víctor es particular porque no fue organizado, él no estaba intentando colaborar con un proyecto ya armado, sino que estaba observando el cielo como pasatiempo. Hay otros proyectos donde la barrera de ingreso es mucho menor porque los objetivos y desafíos son claros. Por ejemplo, Galaxy Zoo es un proyecto para clasificar imágenes obtenidas con telescopios. Hoy en día se generan muchos más datos que los que se pueden analizar y hace falta la mayor cantidad de ayuda posible. iFoldit es una plataforma para estudiar el plegado de proteínas, otro problema que requiere de una gran intervención humana para ser exitoso. Hace unos años, el proyecto SETI logró paralelizar el análisis de datos usando computadoras de todo el mundo mientras el protector de pantalla estaba encendido.
También hay proyectos donde los ciudadanos no sólo analizan datos, sino que son los responsables de generarlos. Por ejemplo, iNaturalist recolecta imágenes y sonidos de animales alrededor del mundo para tener un catálogo de avistamientos. Cualquier persona puede contribuir desde su lugar en el mundo y se puede discutir sobre los animales que fueron observados. Brasil tiene un proyecto llamado OIAA Onça para recolectar avistamientos, ataques y huellas de jaguares. Estos proyectos son especiales porque no podrían existir sin el aporte ciudadano. Sería imposible para un puñado de científicos estar en tantos lugares simultáneamente, observando y analizando. También sería imposible darle acceso a tanta gente sin un uso creativo de la tecnología.
Los proyectos de ciencia ciudadana son, de alguna manera, la evolución de lo que se entiende por divulgación. No se trata solamente de conocimiento que se disemina, sino que se construye. Es verdad que la gente hace un aporte concreto a un proyecto, pero en el proceso también genera nuevo conocimiento personal, se involucra. No es muy distante de lo que se entiende por ciencia basada en indagación dentro de un aula. La importancia de involucrar al público va mucho más allá de los beneficios puntuales. Se trata de generar una democracia más participativa, con ciudadanos más comprometidos. Entender el mundo que nos rodea es necesario para para poder darle forma a las políticas públicas, no sólo las relativas a la ciencia.
Aunque hay algunos proyectos de ciencia ciudadana muy exitosos, también hay que destacar los desafíos que presentan. Muchos investigadores reconocen que involucrar al público puede generarles algún tipo de beneficio, pero muy pocos lo hacen[@burns2021From intent to implementation: Factors affecting public involvement in life science research]. En parte se debe a la falta de incentivos y de tiempo. Los científicos están periódicamente corriendo detrás de fondos para no quedarse sin trabajo. La poca energía que sobrevive puede ser dedicada, a veces, a proyectos poco comunes. Construir comunidades de ciudadanos científicos es muy demandante y requiere habilidades tanto técnicas como personales que quizás simplemente no se solapen con las de las personas que quieren iniciar el proyecto[@sanchez-blanco2019].
Existe la posibilidad de generar proyectos de ciencia ciudadana en escuelas. Por ejemplo, Astroplant se construyó sobre la premisa de estudiar el crecimiento de las plantas bajo diferentes condiciones climáticas y ambientales. El kit puede ser comprado o construido en cualquier escuela, y los datos que se generan son centralizados en un repositorio para que cualquiera los pueda analizar de manera global. Si bien el proyecto es exitoso, también creo que hay que tener cuidado con la idea de proyectos utilitaristas. En un contexto educativo, debe primar la formación y no la generación de datos útiles. Si de casualidad ambas cosas se solapan, bienvenidas sean, pero creo que es un tema que debe ser cuidadosamente balanceado y sobre el que todavía no hay mucha información ni reflexiones públicas.
La idea de la ciencia ciudadana (o citizen science) es muy valiosa porque ayuda a darle una perspectiva nueva a lo que se entiende por divulgación. Ya no se trata pasivamente de escuchar a alguien hablando, sino que cada persona puede tomar acción. Creo que lo más importante es que los proyectos retoman la idea de que cualquier persona tiene la capacidad de observar a la naturaleza de una manera crítica, sin importar la edad y el contexto. Desde mirar a las estrellas hasta llevar sensores de calidad del aire montados en bicicletas. La participación, sobre todo cuando se la plantea como una tarea inclusiva, es fundamental para desarrollar sistemas políticos más saludables, para generar ideas nuevas, y más que nada para entender el medio ambiente en el que vivimos.
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