Ella la Cazadora
Mucho antes de que los humanos pudieran depender de la agricultura para alimentarse, nuestros ancestros debían cazar animales y recolectar lo que encontraran en el camino. En nuestro ideario colectivo hay un antes y un después de la introducción de la agricultura, desde la explosión poblacional hasta el desarrollo de estructuras económicas y de gobierno. Sin embargo, algunas características sobre nuestra naturaleza, gestadas en esa antigüedad de cazadores-recolectores, pueden haber permanecido hasta nuestros días. Siempre se dijo que entender la historia es una forma de abrir una ventana hacia nuestro futuro. Lo que se discute poco es que imaginar pasados equivocados nos permite justificar cualquier comportamiento contemporáneo.
Uno de los fenómenos más recurrentes cuando se estudian sociedades de cazadores y recolectores modernos es la división de tareas basadas en género. Los hombres salen a cazar, las mujeres son las recolectoras y las que deben criar a los niños. No faltan documentales donde se ven hombres persiguiendo animales mientras que las mujeres están encargadas de la cocina y la crianza de los hijos. Esta división está presente en casi todas las sociedades pre-industriales contemporáneas[@dyble2015Sex equality can explain the unique social structure of hunter-gatherer bands]. Muchos antropólogos extrapolaron esta observación hacia la génesis de la humanidad: la división de roles basadas en sexo surgió en el pasado y simplemente se fue acentuando en el tiempo.
Lo que es muy sorprendente, es que en esos mismos grupos donde la división de tareas es muy marcada, también se observa que el poder en la toma de decisiones está balanceada entre hombres y mujeres[@dyble2015Sex equality can explain the unique social structure of hunter-gatherer bands]. Los resultados son muy curiosos, porque se centran en estudiar el nivel de relación familiar que hay entre los individuos que forman un grupo. Cuando las decisiones son tomadas sólo por hombres, la diversidad resulta muy baja, llevando a problemas de todo tipo, no sólo con respecto a la reproducción sino también a la posibilidad de la emergencia de desarrollos culturales. Por el otro lado, cuando las decisiones están balanceadas entre hombres y mujeres, los grupos que se forman son más heterogéneos y fluidos.
De la misma manera que hoy en día nos llegan imágenes de reyes europeos cazando elefantes en África, es válido preguntarse si en nuestro pasado remoto eran sólo hombres los que podían salir a cazar. Y la pregunta no es una mera curiosidad antropológica. Una característica casi exclusivamente humana es la generación de una cultura acumulativa[@vale2012Cumulative culture and future thinking: Is mental time travel a prerequisite to cumulative cultural evolution?] y la única forma de generarla es cuando individuos que no están relacionados entre ellos pueden comenzar a cooperar. Si bien hay evidencia de que grupos con tomas de decisión balanceadas entre hombres y mujeres pueden resultar más exitosos en el largo plazo, aún queda abierta la pregunta con respecto a los roles que se le asignan a cada uno.
Un estudio que se centró en restos hallados en Perú y luego los comparó con otros en el resto del continente americano[@haas2020Female hunters of the early Americas], llegó a la conclusión de que era igual de probable encontrar hombres sepultados con elementos de caza que mujeres con elementos de caza. En el pasado este tipo de resultados eran completamente desestimados, suponiendo que los elementos de caza podrían haber sido desplazados o que se trataba meramente de un ritual. Para seguir sumando en contra de los prejuicios acumulativos, los autores del trabajo de 2020 desarrollaron un modelo estadístico para demostrar que la única explicación posible para los hallazgos era que las mujeres cazaban junto con los hombres.
Aunque la matemática ayude a justificar la distribución de elementos de caza en sepulcros con mujeres, aún no es suficientemente convincente. Para ir un paso más allá, los autores del trabajo de 2020 argumentan que antes de la edad reproductiva de una mujer no hay ninguna diferencia al momento de salir a cazar. La herramienta preferida para la caza en ese momento, el atlatl, que es anterior al arco y flecha, podía ser dominada por niños y niñas por igual. No hace falta una gran fortaleza física para poder ser proficiente en su uso. Los restos encontrados en América no son únicos. Tanto en África[@mazel1992Gender and the Hunter-Gatherer Archaeological Record: A View from the Thukela Basin] como en Asia[@zotero-265] hay evidencia de que las mujeres participaban de actividades de caza.
Extrapolar lo que creemos que entendemos en el presente al comportamiento humano del pasado tiene siempre el riesgo de extender nuestros propios sesgos modernos. El mayor problema es que una vez que generamos un pasado incorrecto podemos usarlo para justificar nuestro presente[@wobst1978The Archaeo-Ethnology of Hunter-Gatherers or the Tyranny of the Ethnographic Record in Archaeology]. Si venimos de un linaje de ancestros violentos seremos violentos, si la segregación de géneros se incorporó en nuestros genes no habrá nada que podamos hacer para cambiarla. Reconstruir sociedades antiguas basándonos en información parcial y sin siquiera saber cuánto no conocemos, genera mucha incertidumbre. Cuantificar la ignorancia y los márgenes de error en las conclusiones a las que llegamos es una tarea más difícil que formular la hipótesis en un primer lugar.
Estos sesgos que se acumulan en nuestra interpretación del pasado en algún momento saltan hacia el imaginario colectivo. Basta ver las exposiciones en los museos, o las ilustraciones de los libros infantiles. Pero no se limita sólo a esos contextos. Hay muchos escritores, incluidos algunos cuyos libros se venden por millones de ejemplares, que justifican nuestro presente violento basándose en un pasado remoto imaginario de genocidios y grandes desplazamientos forzados. Llegan a justificar visiones misóginas argumentando que fue un proceso evolutivo el que llevó a la separación de roles o que generó ciertas características distintivas basadas en sexo. Si está codificado en nuestro ADN, se vuelve natural y no hay nada que podamos hacer al respecto.
Este nivel de argumentación es, desde mi perspectiva, muy peligroso. Una vez que creemos que nuestro comportamiento y nuestra naturaleza, es decir nuestro propio código genético, son indistinguibles, se vuelve imposible vislumbrar cambios positivos. Si creemos que la biología de la humanidad es simplemente depredadora, que debemos asignar roles en base al sexo de los individuos, que la agresión y la violencia son inherentes a nosotros, entonces corremos el riesgo de moldear el futuro en esa dirección. El Cybertruck de Elon Musk es quizás el mejor ejemplo: me pregunto qué visión de futuro tiene que tener ese ingeniero para justificar la necesidad de circular por una autopista con vidrios blindados, en un auto que está diseñado para destruir a los que están a su alrededor.
Estudiar el pasado quizás nos permite entender el presente. Lo que nunca debemos olvidar es que el futuro depende de las decisiones que tomemos hoy, no de las que la humanidad haya tomado.
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