Una extinción dentro nuestro

Una extinción dentro nuestro

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Quizás preguntarnos quiénes somos o qué nos define sea una de las cuestiones más complejas para ser abordada desde diferentes disciplinas. En particular, la forma en la que vemos el cuerpo humano como algo único, que se puede describir a partir de una secuencia de genes, no representa la realidad en su totalidad. En nuestras bocas, manos y estómago albergamos un sinfín de bacterias que son instrumentales para nuestra supervivencia. Sin ellas nos enfermaríamos más seguido o no podríamos digerir la comida a la que tenemos acceso.

Cuando nos preguntamos qué nos define, diferentes personas se centran en diferentes aspectos. Por ejemplo, algunos sostienen que el ser políticos o involucrarnos en actividades económicas son características propiamente humanas. El hecho de poseer una cultura acumulativa también nos puede diferencias de muchos animales. Desde un punto de vista biológico, el ADN define nuestros cuerpos con gran precisión. Sin embargo, cualquier aproximación tiene falencias, porque no son capaces de describir a los humanos en su totalidad.

El ADN es una molécula que permite identificar unívocamente a un organismo. Dada una secuencia podremos saber con gran exactitud si se trata de una mosca, un humano o un chimpancé. También podemos distinguir entre dos personas relacionadas entre sí, como primos distantes, o gente que no tiene nada en común. Pero el ADN en nuestras células tampoco describe la totalidad de nuestros organismos. Lo que se llama la flora intestinal, por ejemplo, son bacterias con una ADN completamente diferente del nuestro, pero sin las que no podríamos sobrevivir. Vivir en una simbiosis permanente con estos organismos unicelulares abre la puerta a preguntarnos dónde está el límite biológico, si es que hay uno, entre nosotros y el resto del planeta del que somos parte.

A lo largo de la historia de la humanidad, las bacterias que nos ayudaron a prosperar fueron cambiando. En algunos casos, cuando los cambios fueron abruptos, se trató de extinciones masivas de colonias en nuestro sistema digestivo. Un grupo de investigadores se centró en este fenómeno y analizó la diferencias y similitudes entre las bacterias presentes en el intestino humano en los últimos 2000 años[@wibowo2021Reconstruction of ancient microbial genomes from the human gut]. Los restos genéticos encontrados pueden apuntar no sólo a cambios en la dieta de las personas, sino que podrían esclarecer cuestiones sobre la incidencia de determinadas enfermedades en sociedades industrializadas, como la diabetes.

Las bacterias de nuestro intestino, también llamadas microbioma, son una parte integral del proceso digestivo. En algunos casos se encargan de procesar moléculas complejas para que nuestro organismo pueda digerirlas. Si bien la tolerancia a la lactosa es de origen genético, la presencia de bacterias puede ayudar a paliar los casos de intolerancia[@azcarate-peril2017Impact of short-chain galactooligosaccharides on the gut microbiome of lactose-intolerant individuals]. Sin embargo, que las bacterias estén dentro de nuestro organismo, no las hace menos susceptibles a cambios en el entorno. Diferentes dietas, por ejemplo, pueden reflejarse en cambios en las poblaciones bacterianas. A medida que las sociedades fueron industrializándose, el acceso a determinados tipos de comida fue cambiando. Las fuentes de hidratos de carbono, grasas y azúcares no son las misma que hace miles de años.

Una de las dificultades de estudiar organismos frágiles como las bacterias es que difícilmente se preservan junto con los restos humanos. Es por eso que un grupo de científicos de diferentes institutos alrededor del mundo decidieron estudiar paleo-heces[@wibowo2021Reconstruction of ancient microbial genomes from the human gut]. En el desierto entre Estados Unidos y México, las heces humanas se preservaron de forma excepcional gracias al clima de la región. En estas muestras se pudieron identificar bacterias que estaban en el intestino humano hace más de 2000 años y compararlas con las que están presentes en diferentes sociedades modernas, tanto industriales como pre-industriales.

En el trabajo publicado por Wibowo en 2021 se encuentran muchas conclusiones interesantes. Primero, que hay muchas más similitudes entre las paleo-heces y las sociedades modernas no industrializadas que con las industrializadas. Pero hay un detalle fundamental que las distingue: la resistencia a antibióticos. Tantos las sociedades industrializadas como no industrializadas tienen bacterias resistentes a antibióticos en sus intestinos y, como era de esperarse, estas están completamente ausentes en las paleo-heces. La similitud entre el microbioma de hace 2000 años y el de sociedades no industriales está más que nada relacionada con la dieta. El acceso a diferentes tipos de azúcares en quizás sea lo que empujó en gran medida la adaptación de las bacterias en el sistema digestivo.

El resultado más interesante, en mi opinión, es la presencia de bacterias en las paleo-heces que nunca antes habían sido descritas. Se trata de una extinción masiva que sucedió dentro de nuestros propios cuerpos en los últimos 2 mil años. Estas bacterias no fueron encontradas en ninguna muestra contemporánea. Quizás los cambios en el microbioma humano abran la puerta a entender por qué enfermedades como la diabetes están incrementando su incidencia en las sociedades modernas. Aunque sea muy pronto para llegar a este tipo de conclusiones, es posible que exista mucho más valor encerrado en las paleo-heces que una mera curiosidad evolutiva.

Pero los resultados del análisis genético de las bacterias arroja otro tipo de resultados al mismo tiempo: el de la historia de la humanidad. La información almacenada en el ADN cambia lentamente a lo largo del tiempo y en general a ritmos bastante concretos. Comparando dos organismos es posible saber hace cuánto tiempo sus historias divergieron. Las bacterias en el intestino no son diferentes en ese aspecto, pero tienen una característica extra: están íntimamente vinculadas a los movimientos geográficos de las personas. La historia genética de las bacterias encontradas en el desierto del norte de México indican que su evolución divergió de las del resto del mundo entre 40.000 y 16.000 años atrás. Al mismo tiempo, la evidencia arqueológica de la población de América sitúa la migración entre 20.000 y 16.000 años en el pasado.

Estudiar el microbioma humano puede servir para entender por qué ciertas enfermedades se vuelven más frecuentes. Después de todo, el cuerpo humano no puede ser considerado como una unidad separada de todo lo demás, sino que es una parte integral de un sistema mucho más amplio. Existe incluso la posibilidad de re-introducir las bacterias arcaicas en suplementos dietarios. Si esto se lograra, abriría un sinfín de debates sobre la posibilidad de patentar o registrar información genética que, en principio, si le pertenece a alguien es a los descendientes de los pobladores donde las bacterias fueron encontradas.

Existe una idea generalizada de que los humanos terminamos de evolucionar hace ya mucho tiempo. Si bien puede ser cierto desde la perspectiva de nuestros propios cuerpos, no lo es teniendo en cuenta la simbiosis en la que vivimos con nuestro microbioma. No creo que perdamos un dedo del pie en el corto plazo, pero cambios más sutiles son siempre posibles y no deben ser tomados a la ligera.


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Aquiles Carattino
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